Participaciones preferentes sin preferencia
El otro día os contaba la impresentable campaña que estaba realizando Caja Madrid para colocar sus acciones preferentes. Pues resulta que son ya 10.000 millones lo que cajas y bancos están obteniendo por esta vía, con un déficit de información hacia la ciudadanía increíble. En este artículo explican muy bien las características del producto y los enormes riesgos que corren quienes lo compran. Por cierto, que lo de preferentes es sólo el nombre porque en realidad, llegada una situación de suspensión de pagos o quiebra, los poseedores de esas participaciones serían de los últimos en cobrar.
De todos modos, estas actuaciones, amparadas por las autoridades, me llevan a plantear una alternativa en el tratamiento de la crisis de empresas. Pongamos por caso una entidad financiera, un banco. Hay dos formas de "salvarlo".
La primera es permitir a esa entidad que, con fórmulas como las participaciones preferentes, promueva la reinstalación de la cultura de la codicia y la falta de transparencia, favoreciendo, además, la relajación de los controles que supuestamente habían hecho del sistema financiero español uno de los más saneados del mundo. La ciudadanía con capacidad de ahorro, víctima del engaño y la codicia, compraría esos títulos y propiciaría la recapitalización de la entidad.
La segunda consiste en que el Gobierno intervenga esa entidad y si es oportuno (creo que hay demasiadas entidades financieras y convendría reducir su número), la capitalice financiando la actuación con deuda pública. La ciudadanía ahorradora compraría esa deuda pública y la sociedad entera, a través de sus instituciones, incorporaría en su patrimonio la citada entidad.
Como ya me conocéis, sabéis que me gusta mucho más el segundo modelo por muchísimos motivos pero principalmente porque sienta las bases de la alternativa a lo que ha fracasado tan estrepitosamente. Cualquiera en su sano juicio puede entender que aplicar las mismas recetas que nos han llevado al abismo sólo servirá para alargar la agonía y hacer aún más difícil la recuperación. Es una huida hacia adelante que no lleva a ninguna parte y que sólo les sirve a quienes se vuelvan a beneficiar en el corto plazo del trapicheo y la falta de transparencia.
De todos modos, estas actuaciones, amparadas por las autoridades, me llevan a plantear una alternativa en el tratamiento de la crisis de empresas. Pongamos por caso una entidad financiera, un banco. Hay dos formas de "salvarlo".
La primera es permitir a esa entidad que, con fórmulas como las participaciones preferentes, promueva la reinstalación de la cultura de la codicia y la falta de transparencia, favoreciendo, además, la relajación de los controles que supuestamente habían hecho del sistema financiero español uno de los más saneados del mundo. La ciudadanía con capacidad de ahorro, víctima del engaño y la codicia, compraría esos títulos y propiciaría la recapitalización de la entidad.
La segunda consiste en que el Gobierno intervenga esa entidad y si es oportuno (creo que hay demasiadas entidades financieras y convendría reducir su número), la capitalice financiando la actuación con deuda pública. La ciudadanía ahorradora compraría esa deuda pública y la sociedad entera, a través de sus instituciones, incorporaría en su patrimonio la citada entidad.
Como ya me conocéis, sabéis que me gusta mucho más el segundo modelo por muchísimos motivos pero principalmente porque sienta las bases de la alternativa a lo que ha fracasado tan estrepitosamente. Cualquiera en su sano juicio puede entender que aplicar las mismas recetas que nos han llevado al abismo sólo servirá para alargar la agonía y hacer aún más difícil la recuperación. Es una huida hacia adelante que no lleva a ninguna parte y que sólo les sirve a quienes se vuelvan a beneficiar en el corto plazo del trapicheo y la falta de transparencia.
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