La COVID-19 me ha enseñado a vivir mejor

Recientemente he pasado dos semanas de confinamiento en casa tras haber dado positivo en COVID y otras dos semanas de recuperación tranquila. Atrás quedan varios días de fiebre y tos, de miedos, solidaridad y serena esperanza. Todo ello, debo decirlo, con un nivel de gravedad de la enfermedad bajo, que me ha permitido superarla sin mayores problemas. Quizás no habría sido capaz de escribir lo que sigue si me hubiese tocado una experiencia más dura.

Como ha sido una oportunidad única, en la que he podido reflexionar sobre varios asuntos relacionados con la enfermedad, quisiera compartir esos pensamientos con vosotros/as.

Voy a dividir la exposición en dos bloques: en primer lugar, hablaré sobre aspectos personales y, en la segunda parte, me referiré a la vertiente comunitaria.

La primera idea del ámbito personal que quisiera compartir es que intuyo que mantener en la vida un estado de ánimo positivo y relajado es un buen activo cuando llega la enfermedad. Aunque no puedo demostrarlo, tengo la sospecha de que la intensa preocupación que me causó un asunto en los días previos a la enfermedad hizo que ésta se decantara de forma más rápida y eficaz. He identificado, incluso, un momento de inflexión en el que el motivo de preocupación alcanzó su culmen y la enfermedad se consolidó en mi cuerpo. No digo que el contagio se produjo por motivos ajenos al virus, pero sí que mi cuerpo tenía abierto un gran boquete por el que podían entrar ejércitos de bichitos.

Además, creo que me ha ayudado mantener una buena forma física. Pienso que el deporte que he venido realizando de forma bastante sistemática en los últimos meses ha contribuido a que llevara mejor la enfermedad. O, por lo menos, me ha permitido sobrellevar las interminables horas de inmovilidad sin que se hayan producido sensibles deterioros en mi musculatura.

Por otro lado, aunque no entiendo de nutrición, también me parece que mantener una alimentación equilibrada me ha podido venir bien. Es una pena que, en el marco de la pandemia, no se insista más por parte de las/os expertas/os en esta cuestión de la alimentación, a pesar de que todo el mundo dice que es crucial como elemento preventivo.

Me voy a referir también a la meditación. Alguna práctica que vengo haciendo desde hace tiempo y las palabras sabias de un buen amigo, me animaron a aprovechar el tiempo de enfermedad para meditar. Nunca como en este período había tenido todo el tiempo del mundo para mí, así que lo utilicé para reencontrarme, para quererme, para sentir que me sentir que me quieren; o, simplemente, para no hacer nada, para no pensar nada, para no sentir nada. Buscaba con ello un equilibrio emocional que me aislara de los miedos, de las expectativas excesivas, de las noticias tristes, y me dejara sitio para el auto acogimiento, la sintonía con la Vida y la solidaridad compartida.

Asimismo, quisiera referirme a la actitud, a la forma de enfrentar la enfermedad. En estos días he recibido decenas de mensajes y muchos de ellos apostaban por “ganar” al virus, por derrotarlo. Yo no he adoptado esa actitud, ya que pienso que situarse en términos bélicos genera estrés y desasosiego. Por el contrario, he buscado un ambiente de baja intensidad, sin estridencias, sin excitaciones. Y, para ello, he intentado considerar al virus como un acompañante en un entorno natural que compartimos, no como un enemigo. Pero, dirá alguien: ¿es posible ganar una batalla sin lucharla? Pues a mi modo de ver, sí. Pienso que es mucho mejor centrarse serenamente en el presente que pronosticar sonadas victorias en un futuro incierto.

Por fin, quiero decir algo sobre un asunto que me parece relevante. Desgraciadamente, en estos procesos la cabeza nos juega malas pasadas. En ocasiones, coge una velocidad endiablada y la fiebre ayuda a que se desborde y nos reintroduzca, incluso contra nuestra voluntad, en un ambiente estresante. ¿Qué hacer en esos momentos? A mí lo que me ha servido es posponer el asunto en cuestión, diciéndome a mí mismo: “Ahora no es el momento. Retraso enfrentarme a esta cuestión hasta el día X”. En algún otro caso he delegado en otra persona el motivo de preocupación y, de paso, actuando así me he dado cuenta de que no soy imprescindible.

Hasta aquí lo relativo al enfoque personal de esta cuestión. Ahora quisiera profundizar un poco en la perspectiva comunitaria.

Lograr ese ambiente de relajación y serenidad al que me refería antes implica que, o se tienen las necesidades básicas cubiertas, o se es capaz de obviar esas posibles limitaciones. A mí me sucede lo primero y no soy capaz de imaginar lo segundo, pero, en todo caso, creo que la comunidad juega un papel relevante en esta cuestión. Debemos hacer como comunidad todo lo necesario para que una persona enferma pueda centrarse en su curación y dejar a un lado, aunque sea por unos días, las preocupaciones por su situación laboral, por el futuro de sus hijos/as o por la marcha de su pequeño negocio. En este sentido, las medidas económicas que han tomado los gobiernos son doblemente efectivas: por un lado, mantienen los ingresos de la gente y la actividad económica general y, por otra, reducen el estrés social y personal.

Por cierto, en lo relativo al estrés me parece lamentable el modo en que los gobiernos y los medios de comunicación están manteniendo a la sociedad en un ambiente de miedo constante. Yo tuve que aislarme casi completamente del aluvión de noticias terribles que se publicaba cada día. De otro modo, me habría agobiado hasta un extremo en el que, estoy convencido, podría haberse visto afectada mi recuperación. En relación con las personas enfermas, las más vulnerables, la sociedad tiene que contribuir a reducir los temores y no lo contrario.

Además, están los entornos familiares, de amistad, laborales/educativos, de compromiso social, etc. Tengo la certidumbre de que el cariño que me ha llegado desde esos círculos también ha sido un factor curativo. En primer lugar, porque he visto que numerosas personas dedicaban un rato de sus ajetreadas vidas a pensar en mí y a desearme una pronta recuperación. Estoy persuadido de que esos buenos deseos no han caído en saco roto. Además, han sido balsámicas las conversaciones con personas que me han preguntado con cariño, me han dejado espacio para explicarme y me han ayudado a sacar mis miedos y preocupaciones.

Por otro lado, sentirme en manos de un servicio médico y de enfermería cercano y eficaz también ha sido un elemento relajante y curativo. Al menos, así lo he experimentado con el equipo del Centro de Salud de Galdakao. En todo momento he confiado en que esas personas, que me atendían con cercanía y profesionalidad, iban a aplicar las técnicas más adecuadas para mi curación. Y esa confianza me ha generado una valiosísima serenidad.

Hay otra red que en mi caso ha surgido espontáneamente y también me parece relevante: la de las personas con las que he compartido enfermedad. Cuando comuniqué mi situación a mis entornos (necesité varios días para decidirme a hacerlo) me llegó información sobre personas que también estaban pasando la COVID-19. Pues bien, he hecho lo posible por mantenerme en contacto, directo o indirecto, con ellas. Esa comunicación ha consistido en preguntarnos por la marcha de la enfermedad, en intercambiar motivos alegres, incluido algún chiste sobre la COVID-19, o, simplemente, en acordarnos unos/as de otros/as.

Por fin, una enfermedad como la COVID, que requiere confinamiento, da pie a una solidaridad cercana y concreta: ¿quién te lleva la comida? ¿quién baja tu basura al contenedor? He aprendido que también en esto hay que dejarse cuidar, posibilitando así que otras personas puedan desarrollar una labor altruista que enriquece a todos/as.

Y termino destacando el privilegio de haber sido cuidado por mi compañera de la vida y agradeciendo su cercanía y dedicación.


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