Digitalización, ¿ese monstruo?

 Mientras leía este artículo (aunque es muy largo, lo recomiendo, porque está muy bien trabajado) me surgían varios sentimientos contradictorios que me gustaría compartir.

 En primer lugar, mi respeto por el autor, por el esfuerzo de reflexión y documentación que ha realizado. Además, se trata de una aportación contracorriente y eso me motiva. Me gusta escuchar lo que se dice fuera de las fronteras del sistema porque en esas reflexiones puede estar lo que el día de mañana sea aceptado por muchos/as. Como ejemplo, el cambio climático.

 Por otro lado, me confieso usuario entusiasta de la tecnología y las redes sociales. Sí, soy de los/as que ponen reseñas (menos de las que me gustaría) en Google Maps y me emociono por el hecho de que las lean muchas personas.

 Por eso, me cuesta aceptar que la digitalización sea tan catastrófica para el ser humano como lo pinta este señor. Pero debo aceptar que quienes impulsan el uso masivo de las nuevas tecnologías son mega-empresas con pocos escrúpulos, como la propietaria de esta red social en la que escribo. Empresas con un enorme poder a las que les preocupa relativamente lo que pueda sucederle a la Humanidad dentro de 50 años y que prefieren no tener enfrente a poderes públicos que les puedan forzar a cambiar sus estrategias de obtención de beneficios.

 Parece que cuando hablamos de digitalización nos referimos a una cosa etérea, que apenas tiene soporte en elementos físicos. Sin embargo, el consumo de los minerales que se requieren para la fabricación de las infraestructuras (servidores, satélites, cables) y utensilios (smartphones y demás aparatos conectados) y para el suministro energético de los servicios digitales, es una realidad, y alertar sobre su agotamiento me parece muy oportuno.

 Por otro lado, destacar la vulnerabilidad de nuestras infraestructuras por su absoluta dependencia del entramado digital creo que también resulta oportuno. Miedo me da pensar, por ejemplo, que las instalaciones de producción y la red de distribución de electricidad, que ya tienen por sí mismas elevados requerimientos de seguridad, se digitalicen totalmente.

 En cuanto a la capacidad de lo digital (y los poderes que están detrás) para adormecernos y manipularnos, me caben más dudas. Aunque me parece interesante la idea de que no se trata solo de un problema de buen o mal uso de los servicios, sino que la cuestión está en el modelo de infraestructura y los intereses que la impulsan, no comparto del todo esta opinión. Es cierto que Facebook no es como la fábrica de cuchillos, cuyos compradores pueden utilizarlos bien o mal, ya que hay una componente ideológica que no tienen los cuchillos, pero yo sigo viendo márgenes de libertad suficiente dentro de estas herramientas. Además, han reforzado conceptos como el de "compartir" que, a mi modo de ver, han enriquecido las relaciones personales y comerciales en la sociedad. Por no hablar de la relevancia que tienen como herramientas de comunicación, especialmente en momentos de crisis: lo hemos podido ver en el reciente confinamiento con las video-conferencias.

 En todo caso, me parece fundamental oponer a esas grandes empresas un poder público que pueda controlarlas y garantice, por una parte, que no actúan para socavar la libertad de la ciudadanía y, por otra, que se preocupan por asegurar que los sistemas relevantes disponen del respaldo físico suficiente para funcionar sin interrupción. Dado que herramientas como el correo de Google se han convertido en indispensables para una gran parte de las personas y de las empresas, los poderes públicos deberían intervenir para asegurar su correcto funcionamiento, además de exigir el cumplimiento de los estándares sanitarios (riesgos para la salud) y medioambientales que esas empresas deben cumplir. Es algo parecido a lo que sucede con el control que los gobiernos ejercen sobre las empresas eléctricas privadas.

 Me gustaría también que los poderes públicos promovieran empresas tecnológicas públicas, que pudieran hacer de contrapeso de las privadas. Si eso es pedir mucho, al menos que apoyen a las entidades de la economía social que trabajan en esos sectores de actividad, para que la ciudadanía disponga de alternativas elegibles a los grandes monstruos tecnológicos. Y, en última instancia, igual me tengo que conformar con que las autoridades de la competencia en Europa se preocupen por evitar la excesiva concentración y las restricciones a la libre competencia.

 Por fin, dado que el poder de esas corporaciones tecnológicas es enorme, necesitamos en las instituciones a personas que, teniendo sensibilidad por estas problemáticas, trabajen para ejercer el control adecuado y para promover alternativas. Hoy, más que nunca, el voto, aunque lleguemos a ejercerlo on-line, puede ser una herramienta física.


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