Buscando un espacio común en la lucha contra la pandemia
Atrapado entre dos fuegos. Así me
siento en estos momentos en relación con la situación creada por el
coronavirus. Por un lado, me llegan datos y opiniones de quienes pretenden que
crea que vivimos un momento casi apocalíptico en el que parece que vaya a desaparecer
la mitad de la población. Por otro lado, quienes cuando empezó a expandirse el virus
ya quitaron importancia al hecho, me dicen ahora que las medidas que están
adoptando las autoridades son absolutamente desproporcionadas para un escenario
de fin de pandemia como el que, según ellos/as, vivimos en la actualidad.
Pienso que ambas posturas tienen
su parte de razón y que, aunque parezcan irreconciliables, desde luego sus
respectivos voceros no hacen nada por intentarlo, podrían llegar a encontrarse
en alguna fórmula de síntesis. Para ello, voy a intentar identificar los
motivos por los que unos/as y otros/as se comportan como lo están haciendo.
Por simplificar, en el primer
grupo podríamos situar a los/as políticos/as y a los/as sanitarios/as de la
medicina ortodoxa.
En el segundo grupo estarían
principalmente los defensores de las medicinas alternativas y quienes se
rebelan contra las estrategias de los gobiernos por controlar la vida de la
gente.
En cuanto a las personas que
ocupan cargos de responsabilidad política o institucional, vaya por delante que
no envidio nada su posición. Han tenido que tomar decisiones sobre un asunto
grave y desconocido, sobre el que no había precedentes, en unos plazos de tiempo
cortísimos. Y creo sinceramente que, dadas las circunstancias, lo han hecho razonablemente
bien. Pero tienen un problema arrastrado de tiempo atrás que reduce
significativamente la eficacia de sus decisiones: una parte importante de la
población no confía en ellos/as. Si a eso añadimos que no les sobra carisma, nos
encontramos con un panorama muy complicado.
Los/as responsables
institucionales dan por descontado que una parte significativa de sus
conciudadanos/as van a incumplir las normas que aprueben y publiquen. Por esa
razón, utilizan dos herramientas complementarias: el miedo, basado en la
utilización de los datos que más pueden asustar y en la ocultación de los que
pueden tranquilizar, y la amenaza de castigo. Pero esas estrategias no hacen
sino ahondar en una debilidad muy grave, deseo que no sea crónica, que tiene
nuestra democracia: la ciudadanía no se siente dueña de la sociedad, incluyendo
en ésta a las instituciones. En otras palabras, el pueblo no se percibe a sí
mismo como soberano, motivo por el cual no activa sus resortes, de defensa en
este caso, hasta que no se lo requieren desde arriba. En este modelo de relación
entre el poder institucional y la ciudadanía, lo más probable es que las
sucesivas normas que se vayan aprobando amplíen la distancia actualmente
existente y tengan una eficacia aún menor.
A este respecto es muy curioso lo
sucedido con la última norma aprobada por el Gobierno Vasco ante el incremento
de contagios en Euskadi. Su publicación vino acompañada de declaraciones
apocalípticas de las consejeras encargadas (“segunda ola”, “tsunami”), pero, en
la práctica, la norma solo es más rigurosa en lo relativo al ocio nocturno, que
sí queda totalmente clausurado, pero no lo es de forma significativa en otros
aspectos. Al contrario, alguna de las normas anteriores ha quedado ligeramente
suavizada y se ha introducido la expresión “recomendación” en un par de
apartados. Pero, claro, las consejeras, que sabían que los datos no eran
especialmente preocupantes en ese momento, aunque quizás temieran que lo fueran
en un próximo futuro, no podían bajar el nivel de tensión porque no tenían
confianza en que la población se comportara responsablemente, lo mismo que la
población no tiene confianza en que las consejeras actúen por interés del
conjunto de la ciudadanía y no del suyo propio o el de su partido.
Por si esto fuera poco, las
instituciones que están tratando de guiar a la población en este contexto son
las más alejadas (gobiernos autonómicos y central), ya que, desafortunadamente,
los ayuntamientos han quedado relegados al papel de meros ejecutores vigilantes.
Por no hablar de la práctica desaparición en la resolución de este problema de
las estructuras sociales de base como los barrios, o incluso las comunidades de
vecinos/as. En el periodo de confinamiento me preguntaba si en una sociedad
madura no habría sido posible que las comunidades de vecinos/as se
autoorganizaran para distribuir los tiempos del día entre los pisos de un
portal con el fin de que los/as vecinos/as pudieran hacer ejercicio subiendo y
bajando las escaleras sin coincidir al mismo tiempo. Ya sé que, dadas las
circunstancias, esto suena hoy a utopía, pero no es tan complicado, ¿verdad?
Por otro lado, la aplicación del
miedo y el castigo como método para combatir los incumplimientos de las medidas
que se van adoptando da alas a ese sector de la sociedad, llámese vecino/a
vigilante o policía engreído, que piensa que las normas son hachas de cortar
cabezas. Y eso provoca enfrentamientos entre ciudadanos/as (ancianos/as contra
jóvenes, personas con perros frente a las que no lo tienen, fumadores/as contra
no fumadores/as), deteriorándose la convivencia y produciéndose problemas de
orden público.
En conclusión, la estrategia del
miedo tiene una eficacia limitada y peligrosas contraindicaciones.
En cuanto a los/as sanitarios/as
ortodoxos (incluyo aquí también a los/as epidemiólogos/as), en un momento de
crisis como el actual tienden, lógicamente, a refugiarse en lo que conocen, en
la efectividad de sus métodos, antes que aventurarse en campos que, sin
sustituir a la medicina tradicional, puedan complementarla. Sin embargo, estoy
convencido de que muchas/os sanitarias/os han vivido situaciones tan extremas
en estos meses pasados que su experiencia de limitación puede abrirles a
considerar otras perspectivas en su profesión. Y, en concreto, han podido
experimentar lo dañino que es el miedo en los/as enfermos/as que tratan. Harán
bien en invertir sus esfuerzos, como lo están haciendo, en mejorar los
tratamientos o en investigar a fondo para conseguir una vacuna efectiva y
segura, pero creo que, hoy más que nunca, podrían estar abiertos/as a completar
esos esfuerzos con la investigación de los aspectos psicológicos y sociológicos
de esta pandemia. Y la consideración del miedo como un factor agravante de la
situación, tanto a nivel social como en cada persona enferma o potencialmente enferma,
creo que es algo que todos/as podríamos asumir.
Pasando al segundo grupo, pienso
que quienes apoyan y divulgan modelos de medicina alternativa también han
pasado por una experiencia que les ha podido marcar y llevar a flexibilizar sus
posiciones. He tenido a mi alrededor personas, algunas del sector sanitario,
que al comienzo de la pandemia abogaban por una solución sin restricciones en
la vida de las personas para conseguir la inmunidad de grupo, y que se
manifestaban radicalmente en contra del confinamiento. Sin embargo,
transcurrido un tiempo y, a la vista del rebasamiento de nuestro sistema de
salud en los primeros momentos de la pandemia, con su correspondiente coste en
fallecimientos, han aceptado que es necesario aplicar ciertas limitaciones.
No voy a entrar en si las
medicinas alternativas tienen fundamento científico o no, debate que
actualmente no nos lleva a nada; en concreto, no nos ayuda a aprovechar todas
las energías que tenemos en la sociedad para enfrentar esta situación. Sin
embargo, sí quiero decir que entre las personas que conozco de este ámbito
descubro una sensibilidad por aspectos de la vida que me parecen muy relevantes
en estos momentos. Por ejemplo, se muestran contrarios/as a utilizar
estrategias de miedo y de estrés para luchar contra la pandemia, ya que, según
ellos/as, pueden tener efectos negativos en la salud. Al contrario, se
preocupan por identificar técnicas que, aplicando una visión holística de las
personas, puedan ayudarlas a ser más resistentes. Coincido totalmente con esta
perspectiva. Y estoy convencido de que seremos capaces de identificar juntos/as
un suficiente número de actividades/prácticas/técnicas que puedan ayudarnos.
Por citar algunas de todos/as conocidas: una alimentación adecuada para
reforzar nuestro sistema inmunológico, la práctica de ejercicio físico, el yoga
o la meditación.
Las personas de este sector suelen
enfocar sus propuestas desde una perspectiva individual, de las necesidades de
cada persona concreta, y eso está bien porque es la fuente de la que se nutre
su filosofía y su práctica, pero hoy se necesitan respuestas de amplio
espectro, que puedan llegar a muchos sectores de la sociedad y que puedan ser
utilizadas por gobiernos y medios de comunicación.
Una persona de 85 años que
conozco asistía hasta el mes de marzo a clases de gimnasia, al comienzo de las
cuales la profesora dirigía un pequeño ejercicio de meditación. Hoy,
semi-recluida en su casa por miedo a contagiarse, echa en falta esos 10 minutos
de sosiego como si fuesen el comer. ¿No sería posible que la televisión, al
menos la pública, dedicara un espacio a proveer ese servicio?
Es un ejemplo sencillo, pero si
pensamos la situación actual desde la perspectiva de las necesidades de cada
persona, y no solo desde un enfoque normativo de aplicación general,
encontraremos muchas más propuestas válidas. Otro ejemplo: ¿qué necesita un/a
adolescente de 15 años en esta situación? ¿qué miedos le bloquean o le hacen
actuar de una determinada forma? Si tratamos de dar una respuesta sincera y
compleja a estas preguntas y a otras similares, la obligación de ponerse
mascarilla y no reunirse más de 10 personas no será la única acción que se nos
ocurra para ese colectivo.
Otro ámbito de confrontación es
el de los derechos individuales. Me parece muy bien que haya personas y grupos
sensibles a esta cuestión y que, con sus investigaciones y propuestas, puedan
ayudar a mejorar los instrumentos de los que se dotan las instituciones para
gestionar la pandemia. Hace unos días, por ejemplo, un usuario de la aplicación
de rastreo de Canadá detectó en la misma un envío indeseado de datos a Google
que los/as desarrolladores/as corrigieron de inmediato. Estupendo. Esa persona lo
pudo hacer porque la aplicación era de código abierto, o sea, que el código de
programación estaba disponible para cualquiera que quisiera consultarlo. Y esto
me sugiere que junto a la defensa de la individualidad tenemos que dedicar
esfuerzos a reforzar la comunidad en estos momentos de crisis, imaginando
instrumentos que sirvan a ese fin.
Por todo ello, me atrevo a animar
a esas personas que trabajan en sectores alternativos a que pongan encima de la
mesa propuestas que puedan ser aplicables por los gobiernos y difundidas por
los medios. Y a éstos a que sean receptivos a dichas propuestas.
Vivimos momentos en los que las certezas no existen para nadie. Nuestra red de seguridad, ahora más que nunca, nos la aporta la comunidad, una comunidad variada que dispone de conocimientos y energías muy útiles para el bienestar de la sociedad y de cada una de las personas que la forman.
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