Hombres con alma (borrador sujeto a discusión)
1.
Manifestaciones
del 8 de marzo. Me recuerdo debatiéndome y consultando a otras personas sobre
si era oportuno que los hombres asistiéramos a las movilizaciones. Al final,
decidí no acudir.
2.
Una
red social. Una madre se pregunta en su muro si tiene que decirle a su hija que
no vaya a los Sanfermines, que no baile, que no beba, que no sonría o que no se
quite la camiseta a riesgo de que todo eso se considere incitación a tener sexo
y a dejarse hacer cualquier cosa por los hombres que la vean. Le contesta otra
madre: “Yo le diría: hija, no seas tan lerda y no te pongas en tetas delante de
200 descerebrados”.
3.
Mensaje
de un grupo feminista de Pamplona desautorizando la petición de que las mujeres
no acudan a Sanfermines lanzada en algunas redes sociales: “La estrategia no
debe de ser que las mujeres desaparezcan de los espacios, sino todo lo
contario, que los tomen, que los arrebaten, que se empoderen, que los peleen.
Porque la calle, la noche y las fiestas también son nuestras!”
4.
En un
“taller vivencial para hombres” en el que participé por casualidad hace unos
meses tuve la oportunidad de repasar la historia de los hombres de mi familia e
identificar los elementos comunes. Muy interesante.
Flashes como
éstos me hacen preguntarme: ¿En qué momento de esta revolución feminista nos
encontramos? O mejor, ¿en qué momento de esta revolución en la manera de
concebirnos a nosotros/as mismos/as desde la perspectiva de género y de
relacionarnos hombres y mujeres (y asumo en estos términos la diversidad en la
que estos conceptos puedan entenderse) nos encontramos?
El “No es No”
gritado de las manifestaciones fue un primer paso imprescindible. Se trataba de
frenar de raíz una inercia cultural que nada tiene que ver con el principio de
igualdad que de forma mayoritaria afirmamos, al menos teóricamente, como
ciudadanía. Es un grito desde la parte que sufre el acoso y con cuyo origen los
hombres solo podemos conectar de forma racional. El otro grito de las
manifestaciones, “Yo sí te creo”, configura una alianza basada en el apoyo y la
cercanía, y es condición para el cambio interior y punto de partida para otros
cambios sociales, legislativos, etc. Y con esto sí creo que los hombres podemos
sintonizar emocionalmente.
Me he referido al
cambio interior porque tengo la convicción de que solo estamos al principio de
un proceso que debe ir más allá de las cuestiones legales para asentarse en las
conciencias de las personas. De hecho, aunque se requieren aún numerosas
actuaciones de las instituciones para garantizar la igualdad, pienso que el
entramado legal está razonablemente adaptado a los nuevos tiempos. También
estamos avanzando en conciencia social, gracias al trabajo realizado por el
movimiento feminista y que ha tenido su decantación más llamativa en las
manifestaciones del 8 de marzo. Pero el camino para modificar las conciencias
individuales es más lento.
Me parece (como
voy a hablar de mi percepción sobre lo que viven las mujeres me puedo equivocar
totalmente) que lo vivido en las manifestaciones y la sororidad experimentada a
través de las redes sociales y de los medios de comunicación en general han
permitido a muchas mujeres modificar/reforzar algo en su interior. Si a eso
añadimos que desde hace años muchas de ellas han asistido a cursos y seminarios
de empoderamiento en sus diferentes formas nos encontramos con un escenario
propicio al cambio, que les está ayudando, y esto es especialmente importante
para las jóvenes, a despegarse del modelo de dependencia respecto del hombre
que habían heredado de épocas anteriores y resituarse en una posición que exige
igualdad efectiva. Les queda todavía mucho trabajo por hacer, mucho que
empoderarse, pero ya están caminando.
Pero ¿qué pasa
con los hombres? El objetivo ¿no debería ser que los 200 descerebrados a los
que se refiere “esa madre tan prudente” modificaran su forma de sentir/pensar
de tal forma que al ver a una mujer con el busto descubierto en el medio del
txupinazo sanferminero lo consideraran como una expresión festiva sin más?
Pero, ojo, utilizo ese ejemplo para caricaturizar y hacer más entendible el
argumento, pero me refiero de igual modo a la inadecuada forma de relacionarnos
con las mujeres que, de forma continuada o en determinados momentos, podemos
tener muchos otros hombres que no dudamos en considerar un abuso despreciable
esa actuación de Pamplona. ¿Es suficiente el “No es No” para impulsar los
cambios necesarios? Es cierto que muchos hombres habrán reaccionado ante ese
eslogan preguntándose qué es lo que estaba pasando e interiorizando que algo
habría que cambiar, pero la herencia que hemos recibido está demasiado
arraigada en nuestro interior como para que ese cambio se produzca de la noche
a la mañana y solamente asentado en una reflexión racional. Mientras no seamos
conscientes de esa herencia emocional recibida y aprendamos a modificarla, no
avanzaremos de forma efectiva en igualdad aunque aprobemos las leyes más
feministas que se puedan imaginar.
Las mujeres están
haciendo su camino y necesitan hacerlo en un primer momento entre ellas,
congregando energía femenina para promover el cambio en sus conciencias y en la
sociedad. Los hombres tenemos que hacer algo parecido. Como he dicho más
arriba, asistí a un curso en el que tuve la oportunidad de experimentar y
compartir con otros hombres qué es eso de ser hombre. Y ahí descubrí que la
herencia que hemos recibido en esta materia es bastante parecida entre nosotros
y que, juntos, tenemos la posibilidad de acompañarnos en los procesos de cambio
necesarios para empoderarnos como hombres nuevos que se relacionen en libertad
con las nuevas mujeres que está promoviendo esta revolución.
A las mujeres les
puede resultar extraño que hable de empoderamiento de los hombres (¡como si no
estuviesen suficientemente empoderados!, dirán algunas) pero es que no estoy
hablando del modelo de hombre que la sociedad ha acuñado hasta ahora, sino del
hombre que reconoce sus limitaciones y sus heridas; del hombre que pide ayuda;
del hombre que se deja cuidar; del hombre que abraza con el corazón; del hombre
que se enternece y no siente vergüenza por ello; del hombre que acoge la
herencia recibida y aprende a agradecer todo lo bueno que le han legado, que es
mucho, y a revisar lo que no le hace más hombre.
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